lunes, 14 de enero de 2008

La sala de estudio

Lo malo de las vacaciones de Navidad es que una vez terminadas tiene uno que volver a ponerse delante de los libros y, además, con pocas ganas. Madrid me mata, que diría aquel, total que he decido prepar mis exámenes aquí en Cieza donde se supone que dispongo de más tiempo y sobre todo menos ruido.

Así que en un arranque voluntarioso me decido por ir a clavar codos a la sala de estudio. Confieso que era la primeta vez que lo hacía, pero tampoco me apetecía mucho eso de estar en casa de mis tías metido en las sallas con el ruido de fondo de la tele.

Al llegar me encuentro con la puerta cerrada (no la de la calle, sino la de la sala en si), aunque veía luz dentro. Así que con cierta prudencia por aquello de no molestar, empujo la puerta que se abre con el estruendo de una silla que se arrastra al compás de la puerta. Me asomo y veo a unos cuantos afanados estudiantes mirándome a la cara que debía estar ya como un tomate. El primero que había sentado me cuchichea “la silla es para que la puerta no se abra y se escape el gato”. Así es que comprendí que debía dejarla tal cual estaba, aunque sin tener muy claro el por qué no existe un pomo en la puerta que haga sus funciones.

Me apresto a buscar sitio y lo encuentro. Las sillas tienen pase, pero tio, las mesas....la que ocupé se apoya en la de al lado porque le falta uno de los tableros que supuestamente hace de ella una mesa con patas. Total que el tipo que tenía detrás me advierte que lleve cuidado y no la separe de la contigua porque se caería. Y ahí me quedo un rato quieto con miedo a hacer demasiada presión sobre la mesa y perder la horizontal.

Iba yo todo preparado con mis apuntes y mi portatil, que encendí pensando que habría alguna conexión a internet en la sala para conectarme a la wifi. Como la cosa no rulaba y sólo encontraba redes de vecinos, le pregunto al tipo de antes que si no hay conexión a internet lo que me llevó a sonrojarme otra vez a causa del descojono que le produje.

El ánimo de estudiar se me iba yendo a raudales, pero ya que estaba, me repuse enseguida y abrí la carpeta de apuntes. A los 10 minutos, cuando estaba entrando en materia, veo a otro chaval que se levanta y se mete en el aseo. No sé de que estarán hechas las paredes, pero juro que se distinguían perfectamente los apretones de la giñada que estaba pegando, e incluso algún cuesco añadido. Pudiera ser que el silencio de la sala hiciera más evidente el esfuerzo del tio por soltar el “pino”, pero las dudas al respecto se me disiparon cuando un estruendo en forma de ventilador inunda la sala de un ruido que los demás no parecen atender. El “cagante” sale del aseo y se dirige a un panel de electricidad que abre y metiendo la mano toca algo que hace desaparecer el ruido. Al verme la cara de sorpresa se me acerca y me explica que “hay que quitar el fusible sino el aparato de ventilación de water no se desactiva”.

Fue decir esto y empezar a sentir una ganas tremendas de cagarme en algo o en alguien, pero pensando que no iba a saber cuál era el fusible que había que quitar para hacer desaparecer el ruido y sobre todo, que mis “giñadas” suelen ser bastante ruidosas, desistí de intentarlo. Eran demasiadas situaciones vergonzosas para mi, incluída la vergüenza ajena de llamarle a “eso”, sala de estudio. Así que cogí los trastos y me fui a casa, aún a pesar de que el ruido de la tele molestara algo. Al menos allí podría cagar a mis anchas.

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